¿En qué ocupamos nuestro tiempo? ¿Quién no ha escuchado decir “no tengo tiempo, me falta tiempo”?
Durante la pandemia por COVID-19, el tiempo adquirió un nuevo significado. Frases como “no tengo tiempo” o “me falta tiempo” comenzaron a perder sentido cuando muchas actividades cotidianas, como los traslados o reuniones presenciales, desaparecieron o se redujeron drásticamente. El modelo de trabajo desde casa, impuesto por necesidad sanitaria, transformó nuestras rutinas y con ello, nuestra forma de percibir y usar el tiempo.
En teoría, ganamos horas al evitar desplazamientos. Pero, ¿realmente aprovechamos ese tiempo libre? ¿O simplemente lo reemplazamos con más trabajo, con distracciones digitales o con una evasión silenciosa de lo que realmente importa?
El tiempo como construcción subjetiva
El tiempo es un concepto abstracto que hemos aprendido a medir y organizar. Nos ayuda a planificar, a estructurar nuestras actividades y a sentir una ilusión de control. Sin embargo, su percepción es profundamente subjetiva. Para un niño, esperar la Navidad puede parecer eterno; para un adulto, los años parecen pasar con una rapidez abrumadora.
La pandemia nos obligó a detenernos, y en esa pausa forzada, comenzamos a experimentar el tiempo de otra manera. Lo que antes era rutina se convirtió en reflexión. Lo que antes era prisa, se tornó en espera. Y en medio de esa transformación, muchos comenzamos a preguntarnos: ¿Cómo quiero realmente vivir mi tiempo?
El espejo que nos dejó el confinamiento
Uno de los efectos menos discutidos del confinamiento fue el aumento del tiempo compartido en familia y con uno mismo. Aquello que durante años justificamos no hacer por “falta de tiempo” —convivir más con la pareja, con los hijos o con los padres— se volvió inevitable.
Este nuevo escenario reveló tensiones ocultas. Las crisis personales y familiares se intensificaron no solo por el Estrés, el Miedo o la Incertidumbre, sino también por la confrontación con una realidad emocional que usualmente evitamos. Enfrentar a diario nuestras relaciones más cercanas, sin escapatoria del “trabajo”, dejó al descubierto insatisfacciones, rencores, carencias y expectativas no cumplidas.
El trabajo como disfraz emocional
El modelo capitalista nos enseña a valorar la productividad y el consumo. Trabajar mucho no solo es aceptado, sino socialmente aplaudido. Decir “tengo mucho trabajo” se convierte en una justificación universal para postergar todo lo demás, incluso lo esencial: nuestra salud mental, nuestras relaciones y nuestro bienestar.
Este fenómeno puede relacionarse con el concepto de “hombre máquina” o “normópata”, descrito por la psicoanalista Joyce McDougall, quien alude a aquellas personas que, por encajar en los parámetros sociales, reprimen sus emociones y se desconectan de sus vínculos más íntimos. En este contexto, el trabajo se convierte en una forma de evasión, un disfraz para no mirar lo que duele o lo que falta.
Reflexiones necesarias tras la pandemia
El impacto del COVID-19 va más allá de lo sanitario. Nos ha obligado a evaluar nuestras decisiones vitales, especialmente en relación con quién compartimos nuestro hogar y si esas elecciones nos aportan o no plenitud.
El aumento de la violencia intrafamiliar durante el confinamiento ha sido atribuido a múltiples causas. Pero poco se habla del vínculo entre esa violencia y las propias frustraciones personales que emergieron al tener más tiempo y menos distracciones. Es fundamental reflexionar sobre esta dimensión invisible del malestar.
Mirar hacia adentro con honestidad
No se trata de tomar decisiones impulsivas, sino de atrevernos a observar con detenimiento lo que esta crisis nos ha mostrado. La pandemia ha sido una lupa sobre nuestras vidas, permitiéndonos ver con más claridad las áreas que necesitan atención, afecto o transformación.
En tiempos donde el “hacer” ha sido sobrevalorado, tal vez el mayor acto de valentía sea simplemente “ser”: estar presentes, sentir, cuestionar y reconectar con lo que verdaderamente importa.
Mi consejo sería no tomar decisiones precipitadas, pero sí atrevernos a mirar con detenimiento aquellos aspectos que se pudieron hacer más visibles gracias a esta pandemia. A manera de analogía poder hacer “zoom” a aquellas ventanas que el trabajo nos ha permitido tapar y que hoy se encuentran un tanto descubiertas.