La felicidad es un estado emocional que se caracteriza por sentimientos de alegría, satisfacción, bienestar y plenitud.
En el contexto actual, una de las ideas más arraigadas en el pensamiento colectivo es aquella que plantea que los seres humanos han venido al mundo para ser felices, o bien, que la meta más importante de la vida es alcanzar la felicidad. Esta creencia, tan presente en el discurso social y cultural contemporáneo, se ha vuelto tan natural y omnipresente que resulta difícil cuestionarla, al punto de que muchos no advierten que podría tratarse de un error de base en la forma de concebir la existencia.
Esta concepción de la vida se relaciona estrechamente con la suposición de que la felicidad debe manifestarse externamente como un estado emocional de alegría. En consecuencia, todas las expresiones de alegría tienden a ser aprobadas y valoradas positivamente, mientras que emociones como la tristeza, la preocupación o el malestar son vistas como indeseables y deben ser evitadas.
Sin embargo, esta forma de pensar es un fenómeno social relativamente reciente. Durante la Edad Media, por ejemplo, la mentalidad predominante giraba en torno a la idea de que el sufrimiento y el sacrificio terrenal aseguraban una recompensa eterna tras la muerte. La felicidad, tal como se entiende hoy, no formaba parte del propósito de la vida en ese contexto histórico.
Fue a partir del Renacimiento que comenzaron a producirse cambios significativos. El pensamiento religioso comenzó a perder influencia, y en su lugar emergió con fuerza la noción de dignidad humana, legitimando por primera vez el deseo de alcanzar la felicidad. En ese entonces, sin embargo, esta aspiración era aún solo un anhelo, no una exigencia ni una obligación social.
En la actualidad, la felicidad se ha convertido en una especie de mandato cultural. Esta transformación puede entenderse como un subproducto de la mentalidad de posguerra y de las políticas consumistas. Hoy se considera que la felicidad debe ser el resultado visible de una vida exitosa, medida según los valores sociales contemporáneos. No basta con buscarla: se espera, incluso, que se exprese públicamente, especialmente a través de la alegría constante.
Este fenómeno tiene implicaciones profundas, especialmente en el ámbito de la salud emocional. Profesionales que trabajan con personas que padecen Trastornos Emocionales han observado que tanto los pacientes como sus familiares tienden a experimentar una fuerte presión social relacionada con esta visión idealizada de la felicidad. El sufrimiento no proviene únicamente del Trastorno Emocional en sí, sino del estigma de no encajar en una sociedad que aparenta estar feliz de manera permanente.
A pesar del discurso dominante en los medios, la política y la cultura, la experiencia cotidiana muestra que la alegría sostenida no es tan común como se presume. La idea de que las personas están naturalmente destinadas a la felicidad se enfrenta con la realidad: una existencia marcada por emociones cambiantes, altibajos y experiencias de sufrimiento que no pueden ser simplemente eliminadas. Cuanto más se intenta alcanzar ese estado ideal de felicidad permanente, más parece alejarse.
Además, el crecimiento de industrias dedicadas a proveer placeres inmediatos, distracciones constantes y bienes de consumo revela, paradójicamente, un aumento del malestar general. Este fenómeno evidencia que el sufrimiento no ha disminuido, sino que se ha intensificado bajo el peso de expectativas irreales.
Este análisis no pretende demeritar la búsqueda de la felicidad como ideal legítimo. Sin embargo, es necesario comprender que parte del sufrimiento contemporáneo se origina en la concepción equivocada de que la felicidad es la meta suprema de la vida humana. Este error conduce a una baja tolerancia hacia el sufrimiento, que es en realidad una parte inherente de la condición humana.
Aceptar que el dolor, la pérdida, la frustración y la incertidumbre forman parte natural del vivir puede abrir camino a una forma de bienestar más realista y sostenible. Reconocer la validez de todas las emociones humanas, no solo de la alegría, puede ser un paso hacia una vida más auténtica, libre de la presión de ser feliz a toda costa.